Infértil son los huecos de unos
ojos oscuros que no miran el regocijo
del amanecer. Ella de espalda, asolada
por el derrumbe perenne de las rocas en las que se alimentaba, se sostenía.
Ella sentada, cansada, aislada de cada amanecer lleno del grito aberrante de no
sé quién. Paredes blancas la arropan, la visten en el vacío. Una ventana donde
penetran las filigranas de la mañana no le dicen nada, solo, el silencio de sus
sentidos.
-
Sí, grítame todo lo que venga en gana. Aquí
estoy, estática, helada terminal en el anuncio de mi ida. Sí, me voy. Lejos,
muy lejos, donde tu desdén , los escombros de tu manera de decir las cosas no
me angustié más. Sigue, sigue ese recorrido por la penumbra de tu amor…Ah, es
que me quieres. No entiendo. No llegó a comprenderlo, estoy absorbida por nubes
de cristales rotos. Me rajas, me mortificas con solo el sonido de tu aliento.
Sí, grítame. Todo lo que quieras. Yo, me largo en las fosas donde la tierra te
censure, te encadenen al apagón de tu respiración.
-
Qué haces. Ahí callada. No escuchas ¡levántate¡
Eres solo aborrecimiento. Me voy, no quiero verte. Siempre de víctima ¿ Qué víctima?
¡ Por qué maldita sea lloras ahora¡ Di algo, no te soporto. Adiós.
-
Qué la calma sobrevuele mi corazón desvencijado
en su marcha. Un portazo, un puño ido, una cuchilla desbordante en mis
sienes. Cansada, mis alas se han caído.
Recogeré cada pluma gris para ver si puedo, si puedo huir.
Se levanta, con sus manos
temblorosas y dañadas intenta coger esas plumas de sus alas de alguna
esperanza, de una libertad ofuscada en el paso del tiempo. No siente fuerzas.
Se vira y se yerta ante la ventana, pajarillos animosos cantan y cantan. Le
molesta. Cierra la ventana y de nuevo se sienta en esa silla, quieta, paralizada.
Mira sus paredes blancas. Percibe un agujero y de él el manar de un líquido
rojo. Todo se ha acabado.
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