Solo cuatro estaciones han pasado por mi conciencia.
Quiero jugar. Si jugar con otros niños a la sombra de un árbol de arco iris que
me enseñe el por qué de las cosas. Alguien me ha llamado. Alguien mayor que yo…¡es
tan alto¡ ¡es tan fuerte¡ y me ha dado un caramelo de color rosa. Lo mastico y
está bueno. Me dice que si quiero más que me dará pero primero tengo que
dirigirme donde él dice. Me ofrece una mochila, no sé que tendrá. Dice que es
una sorpresa. Yo estoy contento. Seguro que es un regalo y que lo tengo que
abrir cuando llegué a donde me ha dicho. Que señor tan amable, parece que me
quiere. Es amigo de mis padres. Ellos me han ofrecido la aceptación de ir donde
él dice. Y voy. En unos minutos veo
gente alrededor de mí. Me quieren quitar el regalo, pienso. Aquí hay tanta
pobreza. Pero los que me rodean van vestidos todos iguales, me miran con cara
de miedo. Que sí, que yo sé es lo que tener ojos de pánico. Me quitan la
mochila. Yo lloró. Nadie responde. Pasan los años, 20 estaciones han pasado por
mi esencia. Comprendo, entiendo que llevaba la muerte sobre mis espaldas.
Intento huir. Todo en este país es oscuro, son nieblas sobre un cielo que antes
era azul. Sí, escapar de este lugar, de esta tierra demoniaca donde la lucha no
termina. Me llamo Jason. Ahora ando en una barca por la que he tenido que
vender todas mis pertenencias. Me da igual. Solo la fuga, la ausencia de
gritos, de sangre, de huesos, ojos blancos en el balanceo de unas jornadas
abusivas en miseria. No entiendo aún esta guerra, por ello, vuelo y vuelo a
otras tierras, a una vida mejor. Sé que
mi andar será penoso, que alambradas y cuellos rajados me esperan donde
desembarque. Viviré. Emergeré entre las cenizas como alas de mariposa en la
caída libre a la nada.
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