Querida Luam:
Lo siento por la
tardanza. Llevo días mirando a través de la ventana a oscuras y te veo ahí, en
una esquina aguardándome. No, no esperes más. El dolor es irreversible. Tu
formas parte de esa ayer que hay que despejar, alejarse sobre nubes claras y
profundas que me deleiten con otros ojos, otros rostros, otras manos. Perdóname.
Pero aquí jamás entrarás. Sí, aquí donde el mutismo es sombra que mece
mis pasos por esta casa de blancas paredes. No me das pena verte ahí,
esperando, esperando…¿para qué? Nuestra amistad no va de nuevo a funcionar,
existe cierto retoque de destrucción por lo que he decidido ser ausencia de ti,
del pasado. No, no mires más a mi puerta, vete y se feliz con tu vida. Tu para
mí no eres más que un vago recuerdo que me embrutece por lo que te pido que
seas humos que se expande en otros pasos, largos, muy largos donde los míos no
coincidan. No estoy tan mal como piensas, solo, elaboro el crecimiento de mis
nuevas rutas. No me verás más y si acosa seré negro antifaz que se esfuma con
el aliento de un tropiezo. Hoy ha refrescado y me alegro. Me alegro por ti.
Márchate ya. No soporto el peso de la vigilancia, de las viscosas brisas que se
me pegan cuando yo no lo he buscado. No sé si está será la última carta pero si
me despedida. Si quieres saberlo ando
escuchando música. Ya sabes mis gustos, mis preferencias, siempre las mismas.
Ahora no te veo, pero te diré que estoy desnuda, bailando al son tambores,
flautas y pianos que ponen en equilibrio mi conciencia. Sí, mi conciencia. No
es que te desprecié. Pero comprende: eres pasado. Miro fotos y fotos, las estoy
quemando, aquí, en un cubo. No te das cuenta y por tu cerebro pasa que estoy
mal, muy mal. No, no es así. Los años pasan y el tiempo no se detiene, todo lo
del ayer en el hoy para mi es una farsa, una mentira del destino. Por ello eres
invisible, eres desestructurada noria a
la que no he de subir. Que vaya bien, que los astros te guíen bajo el flujo
incesante de tus idas y venidas.
Se despide,
Anne.
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