Desde aquí, desde estas ventanas mojadas observo el
estrangulamiento del oleaje. Un techo
gris se desploma ante nosotros. No lo entiendo. Ya se ha ido la estación de las
flores y ahora cuando el astro con cuello de león debería ser nuestro norte se
extingue. Mis ojos siguen esa ola muerta, ida ya en el espacio de la espuma que
deja cuando es estampida contra los temores que se nos asoman. Y no para…no
para de llover, evaporados senderos que hemos de seguir, un cuerpo semidesnudo
en una playa vacía, calles arrojadas al atracón de los transeúntes. Desde aquí,
desde esta cierta altitud los miro y mi mano tiembla, se le antoja serpentear
por hojas blancas que me llevan, que llevan ha desfigurados rostros, a seres
que se trazan con el acoso de la serenidad. Alguien tras de mí con ojos perdidos me pisa
¡Qué haces¡, me dice y yo continuo. Sí, continuar con los eternos ecos
insonoros de pétalos nacidos bajo la lumbre de una vela. Otra vez dirijo mis
ojos a la ventana, sigue lloviendo. No…no me gustan estos días sombreados de
amargos labios, de amargas palabras. Una lágrima, dos lágrimas, tres lágrimas…un
etc de lágrimas. Por qué de esta calma con su gemido evocando el canto de aves
carroñeras en las pisadas que voy dejando. No es mortificación, es la herida.
Sí, un cierto dolor que nos reprocha las
jornadas mudas, las jornadas ausentes de
tu brío. Desde aquí, desde estas ventanas…
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