Beso rocas rajadas que se estiran en medio de la nada. Un
mar rugoso asciende hasta mi rostro de ojos cenizos esperando las hogueras de
algún faro que en vertical avance hacia cumbres virginales. Miro debajo de mí,
a ras de una colina perdida en el refugio de almas flotantes y un viejo árbol
eclosiona lágrimas que se quiebran cuando andan en la destrucción, en el
desequilibrio humano. Me pierdo. Me eclipso. Me embarro de gargantas cortadas
al son que una melancólica sonata transmite el aliento acabado de esta madre
tierra. Un niño llora. Una niña llora. Una mujer llora. Un hombre llora.
Vestidos de negro se nutren de grises esperanzas. Ven volar a un mirlo hacía un
destino incierto bajo una bóveda azul. Tal vez, quizás están a tiempo para que
nuevas generaciones puedan navegar al unísono de la belleza de esta esfera.
Todos iguales. Todos humanos. Todos bajo el viento de la paz.
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