Querida Anne:
Ya es tarde, muy tarde.
Presiento que esta carta que se extiende a ras de mis manos no te llegará. Solo
quería decirte que vida me sonríe. No sé por qué. Pero a veces me siento
sorprendida por una laguna de aguas verdes cristalinas que me invita a
evaporarme como mujer de una brisa sutil. Por acá todo va bien. Madre cada día
sale menos de casa se enfrasca en ese temblor del olvido sumergiendo en un
mundo inhóspito, tal vez alguna señal que azoca la atmósfera que respiro en
tranquilidad. Ya no habla, ya no se mueve. Estática convierte sus ojos en la
expresión del deseo, de lo que ama. Estoy encariñada con ella, la bondad de su
fijeza me hace andar por pasillos desnudos de engaños. Me gusta mimarla,
cuidarla en cada necesidad del tránsito por este mundo. Cuando te llegue esta
hoja quizás no estés. Estarás en la lejanía de los cipreses bajo techos de
cemento. No sé por qué se te antoja irte ahora. De aquí has huido. Ay si
estuvieras…todo sería grande, bello. Ay querida hermana te echo de menos. No
lloraré por ti. Tú has decidido el rumbo de tus sentidos.
Adiós, Luam
No habrá llantos deja escurrir Luam en el papel. No. Aunque
sonría un gran peso se vierte sobre su espalda. Es temprano. Una fina llovizna
tapiza el verano con plúmbicas nubes. Sabe que no verá más Anna ¡Ah, Anna¡ Su
querida hermana Anne. Se hace silencio. Deja de escribir y observa a su madre.
Se miran con cierta tristeza. Ella sabe. Las dos saben de este final. Mira a través
de la ventana, un arco iris viene. Viene con su entereza y esplendor. Penetra,
le da la mano y la invita seguir su colorido. Camina sobre ese arco de colores
que la lleva a un jardín secreto. Ahí está Anne. La pobre Anne. Ojos blancos,
piel marmórea, muerta. Adiós le dice, un beso en la frente fría la encoge, le
susurra un desprecio a su vida feliz, su vida monótona. Su madre la espera, quieta,
con el saber que nunca la abandonará.
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