Una luz blanca la envolvía, una luz blanca de ojos oscuros.
Atrapada no supo que decir, la luz blanca seguía y seguía lamiendo su cuerpo,
su espíritu. Como hija de las constelaciones tomaba forma humana entregándose
más y más a ella. Su aroma era perfecto, su belleza algo extraño que nunca
había visto. Liada a ella comenzó la danza, la danza que la nutria de
vitalidad, de una calma excelsa sucumbiendo en el letargo. Hacía tantos años…sí,
años en que la podrida singladura de sus soles solo la alimentaba de lágrimas.
Lágrimas que caen y se agotan a ras de las mareas. Pero ahora, aquella luz
blanca la envolvía, aquella luz blanca de ojos oscuros la animaba a dar sus
primeros pasos donde nacen los violines exuberantes de la libertad, de una paz
enraizada en su vientre.
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