domingo, junio 12, 2016

oscuridad...

Oscuridad. Todo estaba oscuro. La noche me embriagaba de constelaciones difíciles de designar. Cual…cual sería aquella y esta otra. No sé. No me decía a marcar cada una con su nombre solo imaginaba figuras en el firmamento que me llevaba sobre este océano a un viaje sin rumbo, sin destino. Estaba sola. Sí, sola. Yo y mi barca. Mi barca y yo. No sé por qué sentí algo en mi vientre. Miré, un sobresalto en el nocturno y solo el rumorear del océano. Alguna que otra ballena pasaba pero no veía bien, todo estaba oscuro. Sentí un tenue soplido en mi espalda. Me estremecí. Me preguntaba por qué a estas horas yo estaba aquí. El soplido seguía, paraba y continuaba. Un cierto temor hizo temblar mi cuerpo, mi ser ¿Qué era? ¿Quién sería? Entonces una voz gutural como salida de las cavernas me llamaba por mi nombre. Sí, por mi nombre. Miré al cielo. Calaveras daban forma a las constelaciones. No. No podía ser. Náufragos avanzaban hacía mi. No sé lo que querían pero una batalla inacabable con la vida era sus últimos suspiros. Una bocanada triste y amarga de sus voces me invadió. Qué hacer. Estática los escuchaba. Sí, eran los muertos de los océanos, aquellos que bebieron de la felicidad de tierras nuevas sin llevarlo a cabo. Ahora solo muertos. Pena. Angustia. Dolor. Me arrinconé en el piso de la barca y la dejé que me llevará a donde quisiera. Con algo duro tropezamos. Ruptura. Quebranto. Una playa vacía. Una playa de arena negra donde mis pisadas no sabían que senda tomar. Solo había herrumbre, maderas podridas y la fetidez de la desgana, de la perdida de la conciencia y la muerte. Me arrodillé. Oré a no sé qué Dios. Daba igual. Respire hondo y cerré los ojos. Sí, cerrar hasta que amaneciera. Por qué tarda tanto el astro rey, me preguntaba. Sufrimiento. Dejadez. Humedad. Abrí los ojos y ahí estaba, el sol. Dame valor, dame vida, le dije. Me puse de pie y anduve y anduve como desterrada con el corazón agrietado. Lágrimas. Horror. Sola. Muy sola. 

No hay comentarios: