Cierro puertas, abro ventanas,
una cierta brisa añorante penetra hasta mis entrañas. Me estremezco. Me
doblo. Me retuerzo entre la duda y un recuerdo efímero que colapsa mis sienes.
Intento avanzar, la nostalgia pesa sobre mis hombros. Me siento débil, muy
débil. El dolor agarra mi vientre y soy desalada gaviota en las profundidades
de un océano incierto. No sé lo que me ocurre. Será…Sí, será esa esencia que
vaga en mi mente, en mi vacía habitación, en mi deshabitada cama revuelta de
una memoria que me daña, que me señala ¡Apártate de mi¡, grito. No escucha.
Solo el silbo del viento, de ramas que se retuercen al amparo de una bóveda
ceniza. Lucho y lucho. Sí, luchar contra el revoltijo de muros que se echan
sobre mí. Ya no puedo más. ¡Escúchame¡, grito. Ven a mí con el sutil abrazo del
beso, con la caricia que retorna tras un viento ido, con las manos suaves que
darán calidez al temblor que siento. No
¡no¡ nadie escucha mi suplica. Pido clemencia ante tanto y tanto silencio. Sí,
silencio, esa es la palabra. Cruzaré los desiertos de hielo y me fundiré con
las mareas, con la luna. Quizás ella…No, no iré a por ti. Sí, a por ti. Pero,
¿es que no te das cuenta? Ya entiendo, te has ido. Sí, ido ¡Vuelve¡ No. No…es
imposible. Todo ha acabado sumergido entre las grietas que escupen ojos
muertos, manos…que manos, manos de muerte. Ni adiós me has dicho ¡Por qué¡ ¡Por
qué¡ Respiro hondo, me siento ahí donde tú te sentabas a meditar. Ya no hay
nada. Nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario