El miraba y miraba el renacer de
las flores cuando el crepúsculo se emancipaba de los astros. Ensimismado
acariciaba cada flor que se abría en el brío de los jardines de un parque donde
la soledad rondaba. Sí, solo. A él le daba ya igual. El abismo de ser diferente
lo embriagaba de cierta pena, lejano y desértico. Ya no se preguntaba el por
qué, paseaba siempre con las mismas pisadas mientras meditaba que sería de él
con alguna amistad que le diera de la mano. Muchas estaciones estancado bajo
los influjos del frío. Triste continuaba el amanecer de las flores. Un amanecer
semejante al latido de su corazón, de su corazón…Llegó al final del parque, al
final del túnel de su despertar: aceras ojerosas ante la verticalidad de sus
pasos. Adiós, les dijo. Un tropiezo. Sí, un tropiezo de alguien que hacía lo
mismo que el. Se miraron, se reconocieron, bajaron la cabeza y sus manos se
enlazaron al paseo matutino. “ Soy Bob”, dijo aquel. “Yo Ann”, dijo el otro. “Caminaba
y caminaba donde los soles me muestran el calor de un abrazo, de una eclosión
de mis sentidos bajo el rumor de los pájaros” , dijo Bob. “Yo también, me
pierdo por estas calles, por este parque al encuentro de la brisa. Una brisa
que viene, que va y se asienta en mi rostro”, dijo Ann. Andemos y andemos. Sí,
con la fuerzas de nuestros espíritus solitarios, cancelados en una urbe se
precipita en la carcajada sobre nuestros sentidos. Para ellos somos extraños,
no formamos parte de su grupo. Ahora tú y yo. Solos. Observando el alba de las
flores que nos da la bienvenida a nuestros caminar por este sobrio mundo. Qué
más da que nos aparten, estamos los dos. Tú y yo. Yo y tú. Ellos miraban y
miraban el renacer de las flores cuando el crepúsculo se emancipaba de los
astros. Ellos aliados a un mismo meditar siguieron acaricia tras acaricia el
nacer de una nueva vida.
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