viernes, mayo 13, 2016

Miraba...

El miraba y miraba el renacer de las flores cuando el crepúsculo se emancipaba de los astros. Ensimismado acariciaba cada flor que se abría en el brío de los jardines de un parque donde la soledad rondaba. Sí, solo. A él le daba ya igual. El abismo de ser diferente lo embriagaba de cierta pena, lejano y desértico. Ya no se preguntaba el por qué, paseaba siempre con las mismas pisadas mientras meditaba que sería de él con alguna amistad que le diera de la mano. Muchas estaciones estancado bajo los influjos del frío. Triste continuaba el amanecer de las flores. Un amanecer semejante al latido de su corazón, de su corazón…Llegó al final del parque, al final del túnel de su despertar: aceras ojerosas ante la verticalidad de sus pasos. Adiós, les dijo. Un tropiezo. Sí, un tropiezo de alguien que hacía lo mismo que el. Se miraron, se reconocieron, bajaron la cabeza y sus manos se enlazaron al paseo matutino. “ Soy Bob”, dijo aquel. “Yo Ann”, dijo el otro. “Caminaba y caminaba donde los soles me muestran el calor de un abrazo, de una eclosión de mis sentidos bajo el rumor de los pájaros” , dijo Bob. “Yo también, me pierdo por estas calles, por este parque al encuentro de la brisa. Una brisa que viene, que va y se asienta en mi rostro”, dijo Ann. Andemos y andemos. Sí, con la fuerzas de nuestros espíritus solitarios, cancelados en una urbe se precipita en la carcajada sobre nuestros sentidos. Para ellos somos extraños, no formamos parte de su grupo. Ahora tú y yo. Solos. Observando el alba de las flores que nos da la bienvenida a nuestros caminar por este sobrio mundo. Qué más da que nos aparten, estamos los dos. Tú y yo. Yo y tú. Ellos miraban y miraban el renacer de las flores cuando el crepúsculo se emancipaba de los astros. Ellos aliados a un mismo meditar siguieron acaricia tras acaricia el nacer de una nueva vida.

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