Es de madrugada. Sola en las habitaciones el frío la hacía
arroparse. Se sentía cansada, un agotamiento que la inducia a decir adiós
cuando el día amaneciera. No sé de por qué esa melancolía, me decía. Puedo
imaginarla con sus ojeras perdidas en los pozos deshabitados de agua, en los
posos de café donde se dibuja espirales de de humo. Un cigarro lento, muy
lento. En su mente se animaban imágenes de su amor. Un amor fugado por la
espera, por la monotonía de sus sentidos. Es de madrugada, se levanta, hace sus
quehaceres antes de que el astro rey de su primera palabra. No, no verlo.
Aposentarse jornada tras jornada cuando oscureciera como resonar del hechizo de
los astros. Un manar de olas la lleva a
exteriorizarse, sale. Se dirige donde el océano es mecenas de sus sentimientos.
Mira al cielo, esa bóveda bienaventurada de aves brillantes. Medita, no hay
nadie. Ella, solo ella y el rumiar de la marea. A lo lejos observa una
embarcación que se aproxima. Ella, estática, espera. Sí, espera el surgir de
los seres que en ella habitan. Desheredados de otras tierras al encuentro del
equilibrio. Ella mira y mira como desembarcan, como huyen sobre corrientes de
un nuevo aroma. Los deja y retorna bajo su techo, aun lo negro de la atmósfera
es presente. Ante su puerta se encuentra algo, no sabe lo que es. Algo que gime
y gime. Se detiene y lo mira. Es un retoño, una flor que espera de las
filigranas solares para continuar la vida. La coge, en su mano aun cerrada le
murmura algo. Ella escucha y escucha…escucha el rebosar de una existencia que
la llena de ternura. Si toda la vida fuera así, se afirma, todos seríamos un
nuevo embellecimiento a esta tierra quemada, a esta tierra huída ¡Qué bella es¡
Aunque sus ojos permanezcan aún cerrados. Esperaré, esperaré que la aurora diga
canciones del despertar de esta urbe para mirarla, para ver como sus pétalos
acogen el regocijo de un nuevo día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario