Ah, como vienes a mí. Con tu
ventisca entremezclada con pedazos de hielo. Sobre mis espaldas pesa tu
malestar, tu incontinencia a ser violenta zarpa que me subestima. Aquí te
espero con los brazos abiertos. Ya sé que estas aquí. La tempestad acaba de
empezar. Para ti todo igual. Para mí la lucha contra la voracidad de mirada. Me
miras, así…de reojo, con la ardiente sangre que tizna tu boca en desagradables
palabras. No. No, hoy seré muralla que nubla tus deseos de daño. Me levanto
tras el mal sueño de tenerte a mi lado.
Hace frío bajo este techo y tu ahí. Cierro puertas. Cierro ventanas.
Pero tu brusquedad son cristales rotos, puertas que se abren y se cierran, que
se cierran y se abren. No sé si irme.
Quieres atraparme con tu sucia lengua. Con tu olor de daño. No más. Estoy
harta. Vete…vete, te digo. En mi
debilidad he edificado placas de ortigas que impiden tu paso ansioso. Ya está
bien. Aléjate, digo. Aléjate para no verte más. Sabes, hoy he nacido. Sí, nacer…bajo
las insomnes estrellas que dan aliento para continuar, para seguir por esas
veredas verdes, muy verdes de boscajes mágicos. Ahí penetraré y los espíritus
benignos de la paz, de la libertad me darán aliento. Tú no tienes nada que
hacer, solo, la muerte. Que venga la muerte ante la bestia negra de las manos.
Que venga rápido, muy rápido…yo, aquí. Dentro de este bosque que me nutre, que
me endereza para seguir mi vida.
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