El nocturno se abría sin luna, solo, constelaciones animadas
por sus figuras. Ella se fue a acostar sobre la nube de los sueños cuando
pasada la medianoche y horas y horas de lectura habían cansado sus ojos. Todo
era plácido, una brisa tenue entraba por su ventana. Ese frescor del otoño
acariciaba su rostro. Se sentía feliz inspirando y espirando mientras el sueño
la iba consumiendo en profundidad. Una puerta que se abre, una puerta que se
cierra la despertó. Miraba y era la de su habitación. Miraba como esa puerta se
abría y cerraba. Imposible, perpleja se dijo ella. Hay viento, pero muy suave.
Se desperezó y se levantó, quería saber el motivo del por qué la puerta se
abría y cerraba, no entendía. Cuando se acercó la puerta se abrió nuevamente.
Un cierto temor y temblor penetró por su
cuerpo. Agazapada en su albornoz salió de la habitación. Percibió vagas luces
en su salón. Se detuvo ante el interrogante, ante un cierto pánico que no la
dejaba caminar hasta allí ¿Hay alguien?, preguntó. La nada contestó. Meditó por
unos momentos y decidida fue al salón. Su rostro se volvió pálido, indeciso,
cubierto por una neblina de terror. Estaba el suelo rebosante de velas
encendidas en forma de corazón. Paralizada no sabía qué hacer, quién había
hecho eso. De pronto las velas se fueron
uniendo, solas, se deslizaban solas formando una gran antorcha. Ella miraba y
miraba anonadada, espantada. No había nadie, solo ella y esa especie de hoguera
en su salón. Las llamaradas que soltaban formaron una palabra, una cierta
palabra. Amor. Perpleja retrocedió a años atrás. Sí, cuando lo había dejado.
Sí, el había muerto en circunstancias raras, insospechables bajo la continuidad
de las mareas. Ella ya había olvidado aunque un cierto ronroneo la atizaba de
vez en cuando. No lograba entender estos pensamientos pero algo le decía que
era un mensaje de él. De repente la llama se fue apagando hasta quedar cenizas
sobre el suelo en forma de corazón, cenizas que la hizo dar unos pasos y
recogerlas minuciosamente como si él tratase. Las guardo en una caja pequeña de
madera y se fue de nuevo al paraíso de los sueños. Y soñó y soñó…con él, en una
playa vacía cuando andaban juntos de la mano por la orilla. Una energía extraña
se apoderó de ella y con impulso se vistió y salió. Se dirigió a esa playa
donde por última vez lo habían visto. Se sentó en una roca donde las apagadas
rompen con su mirada fija en el horizonte. Ya casi era el amanecer y el ahí,
frente a ella.
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