Estamos en febrero, el andar de los días son cenizos. La
lluvia se cansa y no quiere derramar su vida sobre nuestros hombros. Paseamos
hasta que la luz de la tarde nos distancie de cierta melancolía del aroma que
vuela detrás de nuestros ojos. Tras una esquina las ojeras del tiempo, la
decadencia de unas violentas mareas que traga almas. Ay, ese océano…danzante
con la vida que se va bajo las tinieblas del hambre y la sed. Muertes y más
muertes. Pronto regresamos al regazo de una huida y nos olvidamos aquello que
nos lastima, que nos retuerce bajo la fetidez del dolor. Adiós, decimos a esos
seres que ahuyentan la pena. Hijos del océano venid, venid con vuestro espíritu
valiente a estas tierras donde el sonoro retocar de la vida es arco iris donde
cabalgamos. Venid, venid…tras el agotamiento de esas murallas de sal y espumas
para el descanso.
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