El otoño ha llegado. Pasos se escuchan a través de las
calles. La soledad impera en sus seres. Criaturas deformes en sus espíritus danzan consigo
mismas. Un cielo de sábanas grises impera en cada esquina. Ahí se encuentran.
Ya estamos llegando. Todos tus sufrimientos acabarán. Ya sé
que está pendiente es espesa pero con el grito de la alegría alcanzaremos la
cima. Venga. Animo. Un poco más y ya estaremos en la cumbre donde las aves
alzan sus vuelos.
No. No puedo más. Hay algo en mí que me encierra entre rejas
de púas. Parece que agonizo. No sé. Se me hace pesado. Tan pesado que el
cansancio cuelga de mis espaldas. Para
que volar. Yo no quiero. Solo aquí. Sentada en una roca mirar lo que mis ojos alumbre.
No te puedes detener ahora. Sería el fin. El fin de tus
jornadas rondadas por ese astro rey que indica que hay esperanza. Levántate
mujer. Mujer de añicos. Mujer de borrascas que se confunden con la ofuscación
de las fuerzas. Levántate mujer. Aquí te espero. Mira, mira….ya la cima está
ahí. Pediremos nuestros deseos cuando la noche encienda sus estrellas fugaces.
Qué dices. Qué hablas. La armonía comienza ahí arriba. Sí,
en esa cima que debemos alcanzar. No te dejaré. Vamos. Enderézate. Se vertical
sueño de tus anhelos. Ya verás. No cierres los ojos. Te llevas la mano a tu
pecho y sientes los latidos apagados de tu corazón, de tu alma. Un esfuerzo
más. Ubicas tus ganas en esa vertiente que detesto de la desgana. No. No… Dame
tu mano llegaremos juntos.
Juntos. Para qué. Todo será igual detrás del espejo de esa
cima, pienso yo. Me impulsas a elevarme de mi estática raíces y lanzarme bajo
el influjo de tu mirada. Lo intentaré. Sí. Sí…dame tu mano para llegar juntos.
Y se dan la mano. Manos que corretean con la hojarasca.
Manos que juegan a contar los astros. Manos que se saludan con el rito de la
paz. Manos columpiadas por el manar de un arco de colores que los lleva lejos,
muy lejos…fuera del alcance de alambradas de sangre, de vientres abultados
recolectando moscas, de la sed de nuestra esencia, de una naturaleza
descarrilada, de minas con sabor a rajadas vidas. El otoño ha llegado. Dos manos son las
huellas que se quedan atrás. Caminan por el infinito de las ilusiones.
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