Qué haces mujer. Ahí, en la ventana. El día es gris. La
lluvia parece no calmarse, vueltas y vueltas en charcos que lleva barquitos de
papel a la deriva. Todo es un caes. La nostalgia cae sobre ti mientras Schubert
teclea su dolor. Yo, aquí, sentado, mirando tu espalda pero no te das cuenta.
La vejez no es renuncia, no me oyes.
Solo el cloqueo de la lluvia. De un frío que vendrá y con nuestras
mantas nos abrigaremos bajo la caja tonta o un viejo libro.
Llueve. Lluvia que fertiliza mis años perdidos. El no sé
donde andará pero bien de seguro en su sillón con una manta a cuadros sobre sus
rodillas. Lo observo decaído. No sé lo que le pasará. Yo aquí, ensimismada, me encanta ver llover,
observar como los pequeños riachuelos avanzan por el asfalto. Creo que no ve. Su vista ha desmejorado
mucho. Pero presiento que está detrás de mí leyendo noticias del ayer.
Cansado de las mismas noticias. Me cuesta leerlas. Ay, los
años. Ella sigue ahí, no sé en que estará pensando pero de seguro que
fotogramas antiguos pasa por su mente. Si se virase. Intento llamarla, no hace
caso. Aquí con el calor de esta manta no me apetece levantarme.
Parece que amaina. Quizás le apetezca dar una vuelta. Me
agota estar fijamente en esta ventana, ver la soledad de las calles.
Se vira y viene hacia mí. Me dirá, damos un paseo. Y yo como
siempre le diré que sí, que vamos a ese parque donde nos conocimos.
Dispuesto querido.
Sí querida.
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