Barcas vacías. La extensión de una mar que se nutre de
arenas doradas. La pasividad de un pueblo. La calma rondando a través de sus
entrañas. Es la hora de la siesta. Paulatinamente los imperios de los rayos
solares los embriaga hasta el despertar bajo sus viejos tejados. Somnolientos
se yerguen en la cúspide de la paz. Danzan descalzos lentamente. Libres de todo
bullicio, de todo estruendo ambientado en otras esferas hasta que la luna los
acoja en sus redes.
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