Si el tiempo se empecina en que todo llegará, déjalo que
siga sus singladuras por nubes de un azul denso hasta que tu destino consagre
tus deseos. No provoques, digo, la antelación de los hechos cuando la tempestad
estalla en tus sentidos. Déjate ir, pienso, todo es movimiento que se
transforma y vuelve a las esferas de tu vientre. Si el tiempo te pregunta cómo te sientes, no
respondas. No invoques las penas presas en ti por cada gota de sangre derramada
en este globo. Sí, ya se, sientes dolor. Tanta injusticia…tanta mierda
desembarcando a ras de tu corazón que te sientes caer y caes. No sé, te aburres. Sí, estás hastiada de tanta
miseria, tanta guerra que se pierde en los laberintos donde la luz no existe.
Siempre hemos sido iguales. Todo parece que se repite. No aprendemos. Y puede ser que todo acabe. No sé cuando…no me
preguntes. Algún escarmiento cuando de mirada a mirada veamos la humanidad de
unas manos. Manos iguales, alma iguales que desempeñan un tacto suave, asertivo
¡Oh el odio¡ ¡Oh la venganza¡ Por qué, te preguntas y no hay respuestas.
Tendremos que brotar de nuevo bajo los efectos de otro firmamento donde la
plateada nos acoja y olvidar, olvidar. Sí, deja el tiempo con su paso triste,
monótono, apagado, gris. Pero no lo mires. Mira ahí arriba…si, ahí arriba donde
los soles nos llevan a la lucidez de nuestras huellas. Observa la caída de la
tarde. Vayamos donde las olas rompientes no sean lágrimas de muertos flotantes.
Vayamos por la orilla con el cosquilleo de una tersa arena que entregará
nuestros cuerpos a la deriva de la calma, de un equilibrio. Sí, ya se, que me
estabas esperando. He llegado un poco tarde creo pero estamos a tiempo. Sí, a
tiempo de ser gaviotas doradas bajo la ida del sol.
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