Cuando despertamos ausentes de las nubes cenizas que se van
emancipando de nuestro rostro nos entregamos a los pasos vacíos en pasillos
blancos. La soledad sonora impera a nuestras espaldas y lentamente derivamos a
un café que anima los sentidos. Nos asomamos y en la luz del amanecer las
calles de la nada concurren viejos perros negros en su paseo temprano. Ladridos
impertinentes nos alerta y la conciencia incide en la eclosión de unos ojos
mirando el horizonte. Puentes anunciando un nuevo viaje lejos, muy lejos.
Puentes que has de pasar y que solo se cuelgan de riscos donde la álgida esperanza
está tras ellos. No renunciamos, seguimos con el rigor de nuestra dureza en la
continuidad de una jornada despejada. Cielos azules donde alguna que otra nube
gris se escapa para no volver. No volver, esa es la palabra exacta, el preciso
lucero que ha de guiarnos en las sendas desconocidas de la vida. No. No
miraremos atrás donde los desgarradas sabinas se retuercen en sus entrañas,
seremos grito de ausencia de cada tempestad, de cada tormento que nos derive
hacia arenas movedizas. No volver, palabra envuelta en la sorpresa de un nuevo
sol. Adiós, decimos. Sin el acicalamiento de una mirada tras nuestras espaldas.
Adiós, vámonos ya….
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