Alas de mariposas marchitas. El
silencio. Ojos blancos que abogaban por una vida mejor. El, solo, en la orilla.
Mirando los rostros perdidos de las mareas. Camina lento, con el estómago
encogido, con sus manos temblando cuando intenta cerrar sus párpados. No puede…no
puede ante la crueldad de los seres que pueblan esta esfera. Tanto egoísmo.
Tanto de todo…que enmudece. Aprieta fuertemente sus labios y un hilillo de
sangre agotada corre por su comisura ¡Qué hacer¡, se pregunta ante tanta tragedia.
Nuestros hermanos muertos. Sí muertos en la aventura de danzar sobre alambradas
de miradas inertes, de miradas de hiel. Alas de mariposas rotas. El silencio.
Ojos blancos a la deriva de sus sueños. Se arrodilla y eleva sus brazos ¿A
quién rezar? La nada le ronda, una sombra de brumas juega con sus lágrimas y
cae….cae en un profundo sueño. Sueño de caballos que en jauría avanzan hacia la
paz, hacia la libertad, hacia esos sueños donde el eco rebosante del amor
cuelga en árboles de cristal. Se detiene, un pozo, el pozo de nuestros
sentimientos. Oscuros, muy oscuros cuando la verdad llega a nuestras manos.
Todavía queda. Despierta, ahí, en la orilla. Cuerpos llevados por el oleaje a
la arena. Desea arrancarse los ojos, no escuchar nada. Pero no puede. El
silencio viene otra vez y cae, cae absorto de tanta injusticia, de tanto
desequilibrio.
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