Rastros.
Huellas palpitantes a la vez que somos navegantes de los astros. Vienes a mi
encuentro con tus ojos mullidos por la pesadez de los días. Espaldas cansadas
de tanto vagar y vagar donde el eco de una pardela es anuncio del llanto ¿Por
qué?, te digo. No más penas. No más remordimientos de un ayer absurdo donde el
beso desértico te dejo andar por caminos de hiel. Ven aquí. Aquí conmigo.
Comencemos a retozar en las mareas del destino. Te esperaba. Una bóveda celeste
y populosa de polvo impera con el sudor de nuestros labios. Únamelos y amemos
el sino que nos marca cada sol como corriente avanzando hasta los océanos. Te
enderezas y en vertical elevas tus brazos desde los acantilados que te llevan,
que te traen un resquicio de brisa. Te vuelves y me miras. Dices, vamos. Me das
de la mano y barranco abajo volamos en las alas de las nubes llevándonos a una
vacía playa. Solas, con el itinerante frescor de las olas arrugadas que secan
el ayer.
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