Rápido, rápido
el tren se desvanece entre escenas de un paisaje que cambia incesantemente.
Atraparlo es como desviar la atención a un magma que corre por las venas. Sí,
tengo que alcanzarlo, irme con él al
otro lado del espejo de esos montes que señalan la huída. La tarde me embriaga
con su bóveda perfecta. Un celeste purificado que hace que me quede
estáticamente mirándola. Pero he de cogerlo. Sí, ese tren de destino incierto.
Ya llego…ya llegué. Sobre los raíles un sonido agudo e ingrato. Sobre mi pecho
una tonada triste y estrecha a la vez ¿A dónde me llevará? No lo sé. Pero
espero que lejos, muy lejos donde los arco iris circulares me atrapen y yo pueda
surgir y reír. El revisor se aproxima. Ahí está…Tome el ticket y con un guiño y
una sonrisa bonancible se va. Estoy sola donde me siento. No hay nadie. Deprisa
pasan las imágines de un paraje soñado. Deprisa se desvanecen ante mi mirada.
Pasamos un túnel. La oscuridad se hace presente. Un túnel largo, muy largo.
Parezco desfallecer pero hay algo que me mantiene despierta, latente hasta que
la luz está de vuelta. Ya hemos llegado. Me bajo de este vagón vacío. Una
estación. Todo silencio. Todo oscuro. La nada imperando pero observo una
figura. Una figura de espalda. Me acercaré, no me acercaré…qué se…es lo único
que habita aquí a estas horas. Parece que gime. Qué tendrá. Qué pasará por su
alma para este decaimiento. Me dirijo hasta ella. Se da la vuelta y la miró,
mis ojos son reflejo de ese espejo. Tan
largo viaje para nada. El espejo se quiebra, estalla en mil pedazos.
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