Que precoces son los párpados que
se eclipsan cuando la tarde es singladura del agotamiento. Nos recogemos por
unos instante en el inmenso paraíso de lagunas doradas donde aves multicolor
van a pacer. Avistamos un sueño que en su entereza nos lleva por extraños
lugares desconocidos. Queremos alcanzarlos…así…con la tonada y la influencia
del rubor de las cascadas que en ellos enhebran el sosiego. Una tarde de
verano, una tarde que pasada las manecillas de un reloj nos eleva a una bóveda
celeste. Dejamos atrás la pesadez de las horas y comenzamos una nueva andadura.
Escala, escala…digo…sobre puentes azules donde el resonar sutil de las ramas de
la vida te alienta a continuar. Vemos el recoger de las alas que rotan en
nuestra esencia y caminamos lento por esas bocas que erupcionan felicidad. Dices,
que me besen…que me besen ahí…ahí donde los ojos abiertos manan la verticalidad
de nuestro yo. Así es la tarde. Así son los golpes tersos de la paz. Arco iris
de pétalos rosas rozan tu senda, un arco de colores que coloniza nuestros sentidos…
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