Sin quererlo estoy aquí. Si, aquí
observando la conjunción de los astros que en el ocaso callan. Vine sin saberlo como llevada por una
rutinaria brisa fugaz que tropezó en mí andar y andar. No sé, aquí estoy, en la orilla de la playa,
viendo el bajar de los mares hasta lo hondo del corazón. La nostalgia me
salpica, viene a mí y un sueño de pelícanos flotantes desorientados me apresa. La cara oculta de la luna me mira. Sí, esa
cara que se oculta en mil misterios, en mil hechizos. Y me designa a la lumbre
pretérita de su carácter ¡Oh cuanto ayer¡
Un ayer envuelto en pétalos de
girasoles que sangraban cuando mi pisada era eco del amar. Sí, amar. Por qué no
amar, pienso. Aproximarme bajo el techo de una estación cuando la lluvia lucha
por sobrevivir. Ahí estás. Ya te observo. Encogida bajo un traje gris, cenizo,
plomizo, áspero, insulso, sobrio. Triste, si, estás triste. Tu rostro sin ojos
lo delata. Tus manos bajo los bolsillos lo claman. Yo, no sé qué hacer. Sin
quererlo estoy aquí, observándote. Mirando como sacas tu ticket y te marchas en
el tren. No sé por qué te recuerdo. Y me gustaría desaparecerte de mi mente, de
mis sensaciones. Pero no puedo. Concurro a esa estación todos los días con mi
mirada calmada, con mi alma suplicando ojala no te encuentre para así
olvidarte. Pero no, no…no puedo…prisas…miedos…Y no estás. Me siento aliviada…quizás…no.
Espero que el tiempo me aleje de ti, de mis ojos que pisan tu pisada cuando voy
a tu encuentro. Y la espuma viene a mí, me yerto y soy abrazada por el tenue
oleaje mientras la noche avanza, la luna está aún ahí, que bien.
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