La jornada se entorpece con las
oscuras nubes que pesan en el firmamento a medida que el tic-tac de un reloj se
recoge en el tiempo. Ventanas que se abren, que se cierran con un grito al
vacío. Ella se endereza, se yerta en el
sentido de la brisa. No sabe dónde está el. Hace días. Días en que su presencia
no es aroma bajo ese techo blanco. Noches en vela ronroneando el por qué. El
por qué de tantas estaciones de mentiras e hipocresía. Se va a su escritorio.
Quiere leer de nuevo su diario, su despedida. Enciende una vela, una vela que
se balancea como ella ante el temblor del frío. “ No sé por qué engañarla, a
ella no la quiero, pero la amistad creciente en estos años me duele, hacerle
daño…El para mi es todo, no sé, tengo que huir hacer mi vida y que ella camina
por la senda de otras emociones ¿Cómo decírselo? Sus ojos…Ay sus ojos, cuando
me miran veo el placer, la felicidad. Pero…pero no puedo más vivir con este
engaño ¿Cómo decírselo? A él lo amo, a ella como hija o hermana la quiero. Es
todo tan difícil. No hacerle daño. No…No, daño no. Pero no puedo más…” .
Lágrimas que caen. Lágrimas que esbozan una tristeza, una alegría. Ella
comprende y le da lástima. No por ella. Sino por él. La vela se apaga por una azotaina
de la brisa. Se queda en oscuras. En oscuras y consigo misma. Se siente serena,
tranquila. Una paz que tal vez el no sepa comprender. Que sencillo es hablar,
se dice ella. Pero entiendo su temor, su miedo.
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