Serpientes voladoras se engendran en la tibieza de la
aurora. Caminan doradas por las sombras del oleaje que se perpetúa en el ritmo
ciego de su ronroneo. Habitamos en la esfera del sol, astro indolente que nos
permite inspirar y espirar a medida que una corriente de pardelas busca,
encuentran sus cobijos en rocas de sal. Amanece y con ello los pasos se vuelven
lento en un despertar donde los ecos insípidos del calor se bañan en sudor.
Ella está ahí, me está mirando. Con su café, con su cigarro que en espiral
asciende al infinito. Ay, me tengo que ir. La dejo con el continuo sorber de
ese líquido que la alienta en el continuar, en el comienzo de un nuevo día. Calles
vacías. Agosto impera en nuestros sentidos alentándonos con un vago andar.
La miro y se va. Me ha dejado entre los posos de este café
que no me dice nada y un cigarro tras otro hasta que mis cimientos se eleven
con energía. Le agradezco que se haya ido. Necesitaba estar conmigo misma. Hoy
no la acompaño a ese paseo matutino. Creo que comprende. Comprende que a veces
necesitamos aislarnos en los agujeros de nuestros pensamientos. Hace calor, me
apetece estar desnuda. Desnuda y libre. Somos conscientes de la elevación de
nuestros sentidos que se vuelcan en la ensoñación.
Y andar y andar por este parque solitario. Sus árboles son
tiesas cometas por la censura de la brisa. No corre aire sino una masa caliente
que arde en mi rostro. Ella estará con sus ojos. Se levantará y dejará todo.
Apaciguada se dará un baño de rosas que perfumen su belleza. Y yo que, aquí
sola, sentada. No hay fuerzas a seguir. Mejor volver. La calma ronda en este
verano donde los sonidos del silencio equilibran mi alma. Avanzo, me levanto,
regreso. Ella ahí, con su albornoz. Me mira con cierta ternura. No pregunta
nada. Solo me mira y me mira. Para que más.
Si, la miro. Ya ha regresado. Gotas de sal cae por su
frente. Debe de haber mucho calor ahí afuera. La quiero tanto…Y me gusta verla
así libre. Por qué hemos nacido libres. No agazapados bajo el orden de la
posición, de ese objeto que hemos de usar a nuestro antojo. No sé lo que
haremos hoy. Las olas son rumor, tal vez nos remojamos en las eternas mareas
del sosiego. Ella dirá, yo diré. Deliberaremos donde ir sino aquí. Sí, aquí,
bajo este techo fresco.
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