La cotidianidad es imprevisible
con sus astros de fuego sobrevolando nuestra mirada. Anunciando la venida de
las olas que crecen y crecen hasta hundirnos en el silencio. Un silencio que da
lumbre a nuestros corazones, a los vientos frescos de la nostalgia. Caemos
esparciendo nuestras manos bajo los dones de la espuma que viene, que va. Y ahí
estás. Con esa fuerza que hace que me entregue a ti. No sé como si fueras
mágica sentencia del destino a seguir. Y te sigo… Y te amo… Y la belleza reduce
mis sentidos en el álgido crepúsculo de tus ojos, de tu caricia. No sé cuánto de largo será nuestro amor pero bajo
la sombra de los almendros nos alimentaremos de cada instante eterno en el
recuerdo. Qué más da emerjamos y vivamos con la alegría de estos momentos.
Observa como cae la tarde, como el romper de las nubes hacen que se diseminen
en formas soñadas. Ahí…ahí…un caballo que nos guiará por la memoria del hoy, de
este hoy en que somos una. Sí, una
después la despedida. Aprovechemos esta puesta del astro broncíneo para que nos
bañe de ternura, del sutil aroma de las algas, del canto de las caracolas. Ay
amor…todo acaba. Adiós. Sí, adiós ya las pardelas nacen de los acantilados como
llanto del fin.
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