Levantad anclas. Ella esboza a
través de su ventana una sonrisa perfecta. Una sonrisa que se encadena alguna
imagen del ayer. Paulatinamente la abre y observa esa jornada que se engendra
en los acantilados donde las olas se remueven hasta romper. Suspira. Inspira y espira. Se nutre de cada
aliento de la atmósfera que en ese instante penetra en sus venas. Se ve surgir
de nuevo. Otra vez el amanecer. Despacio se retira y se hace un café y se fuma
un cigarro que la hace meditar. Años y años, piensa ella. Años donde las
tundras han bañado estas paredes. Se siente sola, aislada en un mundo que se
desbarata, que acomete traiciones a la humanidad, a los seres renacientes en el
albor de su naturaleza. Ya no se siente triste sino cansada. Un
desfallecimiento que la lleva, que la trae por cada una de las habitaciones
vacías. Mira sus anotaciones, siempre lo mismo. Hoy he despertado en la
inmensidad de un silencio, en el rumor de una marea, en el brío de astro rey
que me trae nuevos sueños. Se retrae, se encoge y en un rincón de la cocina
desusada se sienta. No siente ganas hacer algo. Se fuma otro cigarro, observa
como el humo en espiral asciende a medida que sus inquietudes se extinguen. Aún
así sonríe. Una sonrisa perfecta que la socorre de ese estancamiento en las
presas vacías.
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