No sé porque te lo dije. Tal vez
el aliento del norte con sus guadañas me oprimió la garganta e hizo que de mi
erupcionarán esas palabras patéticas. Lo siento, te digo. Pero tú no sé…Me
miras, observas cada uno de mis movimientos y me haces desencadenar en la duda.
Perdóname. Fue una estupidez por mi parte. Pero tus ojos como órbitas muertas
olisquean otro lugar, aunque me miras. No sé lo que estás pensando en este
momento. Pero se me hace eterno. Espero tu perdón, digo. Quizás no venga nunca. Estás resentida,
inquieta, deslumbrada por mis palabras. A través de tus mirada observo como
corres y corres en una huída que te lleva por un túnel donde la oscuridad
pertinente impera. Anhelas la salida,
esa salida que te dará la luz y el brío suficiente para dar una contestación.
Pero no…se hace muy largo. Al final un acantilado donde el romper de olas
violentas demuestran un océano negro. No te detienes y caes al vacío. Al vacío
de tus sentimientos. Me das apuro…No sé qué hacer, que decir, que palabras pronunciar
para no dañarte más. Y te desvaneces. Por qué, te pregunto. Es como si fueras
cenizas que en espiral se expande en el horizonte, un horizonte turbio, gris.
Ya no más me das a entender. Demuestras
cansancio que con tan solo una mota de mi yo te hace irte. Adiós amiga, te digo. Adiós. No sé…Cuando
tengas necesidad de algo vuelve, aquí estaré.
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