Ven. Ven aquí me decía la mar en lo alto cuando las
caracolas eran melodía del rubor de las olas. Ven, acaricia tu cuerpo con el
salado manto cristalino que mi cuerpo tiende para ti. Y yo iba, insomne, con la
desnudez de mis manos, de mis pies, de mis senos a la deriva de los náufragos. Conformábamos
una sola, las olas y yo, yo y las olas. Nutrirme de tus entrañas donde peces de
colores llaman a las hogueras de la vida fructífera. El firmamento dispara
nubes, nubes cenizas que en su animación se van, se alejan hasta que esa bola
de fuego y calidez se planta sobre nosotros. Ahora que no hay nadie en la orilla de los
sentidos me muevo con el vaivén de una pequeña brisa. Necesito danzar y que las
algas y estrellas marinas aboguen por mi ritmo sin prisas. Ven. Ven aquí me
decía el océano, mécete en las aguas transparentes de la calma como estatua de mármol
eterna. Saluda a este nuevo día. No con
desdicha, decía. Sino con los sueños que imperan en nuestra sustancia. Ven. Ven
aquí amante de los sueños que no se evaporan con el suceder de los años. Aquí
estoy, para ti. Si, digo yo. Ya voy. Voy con alas verdes de una fragancia
salina que induce calma. Voy con mis deseos de ser vertical en las vertientes
del crepúsculo distanciándome de ese mal humor característico de las miradas
sin luz. Ven, ven, me dices….
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