Un tul purpureo envuelve los
sentidos, yertos con el auge de la jornada. Caminamos por serpenteantes
laberintos en búsqueda de la verdad. Hallamos piedras negras, piedras blancas
que nos guían por la senda de la realidad. Un llanto parece que sintoniza con
nuestro encuentro. Hogueras de nostalgia nos invade con el ir y venir de
imágenes que se expansionan en nuestro recorrido. Te cansas. Te agotas. Desfalleces, arrancas
el traje que llevas puesto. Un traje a rayas con la verticalidad del sol y con
tu desnudez amaneces en una llanura donde margaritas danzan a son de los silbos
de las aves. Te preguntas que haces aquí. No lo entiendes. Tus lágrimas
irradian luz, destellos que pétalos caídos asumen como suyos. Te echas a correr
y correr, travesía entre la verde hierba y algún que otro árbol. De repente la bruma, una
bruma que cae sobre tus ojos abiertos. Buscas la salida, alas de mariposas te
acompañan, siguen tu paso. No sabes a dónde vas. Te da lo mismo. Cuevas que se
tornan mensajeras de las telas de arañas que amputan tus pisadas. Te sientas. Y
dices sentirte bien. Sí, en esa distorsión de la vida que avanza. Pájaros de
colores se posan sobre tu hombro. Pájaros que van y vienen y por dentro te
sientas vivir. Te entregas a la brisa y vuelas y vuelas donde la imaginación
alcanza lo inexistente.
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