Y miras desde el ceniciento
rostro del firmamento. Disimulas tu pequeña tristeza con veleros de papel que van más allá de la mar revuelta. No
quieres que te vean. Así, con esos fantasmas del ayer que te envuelven en
murallones negros. Te alejas. Sí, te vas errabunda por puentes colgantes sobre
precipicios de agujas candentes. No te decides si ahogarlo todo bajo tus pies o
se espalda de fardos en la línea de tu vida. Te agotas y las lágrimas vienen
con un mismo color a ras de tus mejillas. Por qué, te preguntas. Por qué tanta
desdicha pesa sobre tus sienes. Aquel ayer…Vuelve y vuelve. Con sus puñales de
calaveras engarrotando cada pasa, cada huella que dejas. Profundamente meditas.
Respiras hondo. Inspirar y espirar. Y te concentras en el mañana. Sí un mañana
donde la mano verdadera será tendida a ras de tus párpados cansados. Ahora, has
de seguir. Con tu dolor, con esa molesta amenaza que te distrae. Llamas a los
cipreses, a esos cuervos para que aniden sobre tu cuerpo. Pero no…todavía no es
tu hora. Quizás en el curso de las estaciones bajo un piano azul volverás a
sonreír. De alguna manera tendrás que revivir, reverdecer la esencia que existe
en ti. Olvidar y olvidar la hoz brutal de antaño. Tal vez un beso. Un beso del
mañana, del mañana…
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