Te sientes bien. Eso dices pero tus ojeras delatan que algo
se ennegrece en ti. El sol ha salido. La primavera no te seduce y el bello
trinar de los pájaros no te llama. Esta claridad de la jornada te agarra a cadenas
que llaman al llanto. Náufragos que en la inclemencia de la deriva ahogan sus
sueños. Sí, que lástima. Aquellos que abogaron por un aroma mejor en sus vidas
están ahora en la desmemoria de mareas que tragan y tragan. En las
profundidades sus almas surcando el bello espejismo de llegar a ese horizonte
que abre, que cierra puertas. Por qué te preguntas. Te aíslas y el peso de tu
conciencia te embriaga de impotencia. No sabes que hacer. Qué frío bajo este
techo. Las paredes son secuelas de manchas negras que discurren ante tu mirada. Salir. No.
Prefieres la noche. Esa cuando la luna viene balancearte con sus esperanzas,
con sus deseos. Te esperaré. Quizás te pueda acompañar. Dame la mano, así. Y
cuando los astros sean presencia iremos a la orilla. Miraremos el oscuro
horizonte y juntas lloraremos por ellas. Seremos vela llameante de sus muertes,
del nunca más.
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