No. No me preguntes por mi nombre yo misma diré. María, si
así me llamo, así me llaman. El motivo por el que estoy aquí ronda la
indecisión. No sé. He venido para ver las gaviotas marchar. Si alejarse de esta
orilla donde la arena húmeda me da un cierto aliento para continuar insomne por
el resto de mi vida. Es cierto, no quiero dormir en la plácida espuma de los
sueños. Quiero estar latente, despierta en el abrir y cerrar del nocturno.
Alumbrada por una serie de astros que saben a brío, a belleza. Mis ojos se
fijan al horizonte y busca con sus párpados cerrados ese halito de violetas
blancas para elevar mi corazón al sol. Sí, te recuerdo que me llamo María. El por
qué de ese nombre no lo sé. Te parece grato. Tan agradable que con un suspiro
lo pronuncias. Sí, en vela hasta que el camposanto venga por mis piernas, por
mis manos, por mi desnudez. Ahora no tengo tiempo, sigo aquí contemplando este
maravilloso océano que arrebata el dolor, la angustia. Me serena. Sus palabras
son como un manantial que entra en mis venas como sangre que circula, como
sangre que me hace andar. Sí, aquí estoy. Mi nombre es María. No tengo nada que
hacer. Solo ser parte de esta masa humana, de esta esfera que me calma hasta la
saciedad de mis desencuentros, de mis despistes. Aquí me quedo. Mirando ese
horizonte que tanto embellece el alma. Te vas. Adiós. Mañana estaré por aquí y
recuerda mi nombre es María.
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