La tarde se hace larga. Se lía a las constelaciones
venideras con el sonido del silencio. Lentas pero vienen a sorprendernos con su
brillo, con su belleza que conquista cada instante recogido en las manos del
adiós. Sí, nos vamos. Ya es hora. Rebozarnos junto a las mareas que venturosas
y en calma nos da el suficiente aliento para proseguir. Hasta mañana, decimos.
Otra jornada donde los mirlos curiosos vendrán a las ramas secas de nuestras
venas. Ahora gozamos de este momento. Sí, con la furia de la alegría, de la
vida que nos invita a dar pisadas sobre la hierba húmeda ¿Estás ahí? Pregunto.
Sí a ti que me examinas desde la distancia ascendente en tapias de papel. Contémplanos
en el girar y girar bajo las hogueras blancas de la luna. Ven. Quedas invitada.
Este silencio. Esta serenidad. No sé si será atributo de bonancibles mañanas
pero me gusta. Me deleita este callar del mundo. De esta atmósfera que nos
embriaga con la bravura de ojos que te miran.
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