El recorrido se hace vago
Cuando la tarde
Retoza en su caída
Bajo las sombras de las calles
Blancas, muy blancas
Su rostro también blanco andaba descalzo sin rumbo por cada
esquina de la ciudad. No sabía lo que buscaba. Su palidez la iba carcomiendo
lentamente y sus pasos sutiles la impregnaban de cansancio. Llegó hasta una
pequeña ermita donde los abuelos de antaño se reunían para hablar y hablar de
sus vidas, de sus pasados. Ella los escuchaba como sumisa en sueño, en un
cuento que ahora sería difícil de creer. La campana sonó y el viejo cura entro
perseguido por todos ellos, por todas ellas. Mujeres a un lado, hombres a
otros. Todavía el conservacionismo era latente. Ella no sabía qué hacer. Había
nacido en la noche cuando la nevada fue feroz. Su cuerpo blanco desnudo la empujó
y entró. Nadie la miraba solo el viejo cura que seguía con su antigua rutina. Por
un momento pensó que echarían. No fue así. Vieron como un ángel nacido del bosque.
Blanca, muy blanca. Tanto que constrataba con aquella oscuridad, con aquellas
ropas. Se arrodillo ante una figura. Una figura en forma de cruz. No entendía
bien el por qué. Pero le atraía aquel semblante de lágrimas de sangre, de sudor
de sangre. El párroco hizo silencio. Todos ahora la miraban. Cada par de ojos
se iluminaban en lo que creían que era un milagro. Ella, blanca, muy blanca. Nacida de la nieve.
Alzo una de sus manos hasta uno de los pies de la figura y de repente una
especie de luz la difumino. Se fue derritiendo y tras aquella masa blanca
quedaba un cuerpo de mujer, desnudo, feliz. Se de la ermita. A cada paso que
daba provocaba cierto himno de paz, de sabiduría. Y el cura callaba. Y el cura
se sentó. Y todos agacharon la cabeza no se sabe bien si por pudor o respeto
hasta que ella salió. Ya era de noche, una noche sin luna mecida por astros que
coreaban cierta melodía. De nuevo penetró en el boscaje. De nuevo desapareció.
Todos salieron y se sentaron a contar historias del ayer, ahora una más de
aquel pueblo mágico.
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