Siempre. Sí siempre volcaba su
ánimo a la presura de la mañana. Una mañana sondeada por un sol que la abordaba
con toda la calidez a par que una brisa fuerte se mezclaba con sus pasos. Se
preguntaba el por qué de las aberraciones de la vida. Guerra de religiones que
sonaban a espanto, a terror. El respeto se había perdido, ofuscado a un lado de
seres incoherentes que no aceptaban la creencia de otros dioses ¡Que dioses¡
Todos el mismo envuelto en diferentes máscaras. Ella pensaba que el universo
era su jefe, el que condicionaba todo ese andar por esta vasta atmósfera. Que
somos sino polvo de estrellas. Polvos de
astros que sueñan, que desean, que imaginan, que aman. Partículas que
congregadas se expanden por un mundo que pena, que llora a cada sangre
derramada, a cada vientre abultado por la sequedad de sus labios. Por qué no
pensaba dejar una esfera donde generaciones venideras fueran pacíficas aves del
abrazo, del beso volado de un hemisferio a otro. Amantes de cada ser que pasa.
Adiós a las armas. Adiós a la miseria. Adiós a la muerte. No más injusticias.
Amantes de la nobleza de las almas, del arco iris que ilumina la mirada. Todos iguales…
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