martes, marzo 31, 2015

Los astros...

Entré y te encontré sobre las ramas de los sueños que trepan hasta esa ventana con vistas a un firmamento donde los astros toman de la mano rostros anónimos. Te preguntabas, quien serán. Sí, gente que divaga por la atmósfera perdida después de la despedida del ocaso. Gente que después de ser fosa en las profundidades de la tierra emergen como estelas de un lugar desconocido, impreciso. Quisiste hablar con ellos pero algo te alejaba, te hacia gravitar en las entrañas de tu esfera azul. Más tarde, pensaste. Cuando mis manos de salitre culminen como marchita onda del océano. Invisibles a tus ojos, a tus sentidos quisiste aproximarte aunque la senda de acantilados donde el oleaje muere fuera tu propia muerte. Los veías tan calmos, tan embriagados en perfección que querías ser uno de ellos. Su luz, centelleantes yeguas que se arriman a la belleza. Pero te detuviste, si te paraste cuando de la mar las caracolas y estrellas marinas te llamaron con el rumor de la espuma. Ven aquí, te dijeron. Y fuiste. Fuiste donde la mar serena te llevaba hasta la orilla. Caminaste y caminaste sin sentido. Te daba igual. Todo era hermoso. La noche se hacía largo y los astros te miraban. Confesaste tus secretos a ellos. Sí, a ellos. Por qué no. Te escuchaban  y con su silencio te respondieron. Un silencio que motivo cierto bienestar en tu espíritu libre. Me miraste. Bajaste de aquel árbol que a los astros del nocturno mirabas. No me dijiste de nada. Simplemente te marchaste. Te deje. Más nunca volví a verte. La confusión me llevo hasta cada noche contemplar cada constelación cuya silueta te reflejaba.


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