Por rato estuve cavilando sobre la noticia venida. En mis entrañas se desdoblaba un no sé que de
espanto y asombro. No se concretamente
lo que había pasado. Pero algo no grato tenía que ser. Yo vivía aislada del pueblo. Sí, donde las
arboledas hacen sombra, donde la frescura de los arroyuelos son visitados por
una multitud de pájaros de colores. La noche ya entraba. Una noche de luna
blanca. Me decidí y fue al pueblo. La bruma ya llegaba pero un foco de luz por
la plateada me hacía señas del camino a tomar. Cuando ya estaba cerca aviste
con mis ojos de asombros, con mis ojos de
terror, con mis ojos de temor cientos de antorchas que venían en mi misma
dirección. No comprendí. Hasta que uno de los fuegos que iluminaban se acercó a
mí “¡Tú pecadora¡ ¡Mujer salvaje que vives apartadas que practicas¡ Acusada. Sí
estás acusada de magia negra. Sino que
hace una joven como tu viviendo alejada del pueblo. De este pueblo que te
apreciaba hasta que decidiste irte.” Yo no comprendía, no quería escuchar las
absurdas revelaciones de este hombre. La bruma se iba, se alejaba por el monte.
Y pude ver todo ese enjambre de humanos que venían a por mí. Como creer esta
situación. Me parecía irracional, ilógica. “No. No. Todo es falso”, dije
yo. “¿Falso? Entonces que hace una mujer
viviendo sola sino practicando artes maléficas. Otra cosa no puede ser. Nos
abandonaste ¿Por qué? No hay otra explicación. Eres la hechicera de los
maldecidos, de esos espíritus que se congregan cuando la luna se evade.” No
atisbaba a comprender. Yo mujer en la bella ventura de ser libre acusada de
falsedades. Me rodearon. Me asusté. Pero fui veraz y vertical, quería conservar
mi entereza ante estas mentes ofuscadas. Besé la tierra. “ Yo amo este bosque,
esta naturaleza que a mi derredor baila y baila y por ello estoy aquí. Aquí.” “No
mujer extraña. Tú lugar no es este. Debes ir con nosotros al pueblo y vivir con
sus habitantes, relacionarte con cada una de sus gentes sino…Sino caerás presa
entre rejas hasta que aceptes”. La palabra presa. Yo mujer de la libertad, del
galopar entre flores silvestre y acariciar el musgo de las piedras que habita
este lugar caí en un pozo. Un pozo donde aves negras picoteaban hasta sacarme
los ojos, hasta rajar mi lengua. “No. No”, dije yo. “ Prefiero ser muerte,
estar sepultado bajo esta tierra donde las raíces me acogerán” .“Estás
perdidas, nosotros cambiaremos tu pensar, ese pensar nefasto”. Y vinieron y
vinieron…a por mí. Arrastrando me llevaron al pueblo. Todo era gritos y más
gritos. Encerrada en una celda me quedé. Desnuda, hambrienta con el frío del
norte corriendo por mi sangre. Y así
hasta que un pájaro de colores vino a visitarme. Ahí estaba en la pequeña
ventana de aquellos muros húmedos, fríos. Me acompañó hasta los finales de mis
días, hasta que un día cuando el sol era cumbre mis manos fueron alas, alas de
mariposa que revolotea y huye y huye…
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