La lluvia que viene. El descenso de cuerpos desnudos por
acantilados de sal. Las olas que rompen con su soberbia andadura. Un poema que se alza entre rocas deformadas
con la condición de que llegues. Sí, que llegues a este rincón donde los sueños
emergen del silencio. Truenos, relámpagos. Una tormenta y en medio del océano
los brazos que se extienden coordinados por aves de colores. Las palabras se
pierden. No hay necesidad de ellas. La lluvia que ya está. Un viento que se
apaga. Que huye por las esferas desconocidas de otros rostros, rostros sin
ojos. Manos que se prolongan hacia el beso. Corremos hacia él. Aquí está, aquí
estamos. Embebidos en la caricia fértil, en la partida de una lágrima, en la
espesura de los deseos que nos inducen a ser cuerpo a cuerpo con la humedad,
con el roce de los vientres sudorosos cuando el alba danza ¡Danzad¡ ¡Danzad¡ En
las hogueras que os darán calor, que os ofrecerán techo ante los yermos astros
que esta jornada ha borrado.
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