Baja escalones con la presura de alguien la aguarda. Abre la puerta. Una bóveda ceniza envuelve
sus ojos apagados. Es el viento otra vez, se dice. Cierra bien fuerte. Tan
fuerte que retumban las paredes estropeadas por el paso del tiempo. Descubre
una carta en el suelo. Al menos el cartero ha venido, se dice. La misma carta
todos los meses. Es de alguien desconocido, alguien a quien ella quisiera
conocer. Pero no hay letras solo un pétalo de rosa cuyo aroma la arrastra a la
ensoñación, a la nostalgia. Sube de nuevo hasta su puerta. Entra temblorosa,
lenta con aquella carta en la mano y saboreando con su olfato aquel pétalo
¿Quién será?, se pregunta. Sabe que estoy aquí, que vivo aquí. No se habrá
equivocado. Se asoma al balcón por si ve a alguien, la nada inunda la urbe. Una
lluvia liviana, suave comienza a caer. Coge el pétalo y con él sobre hace un avión.
Sopla y sopla y lo deja caer desde el balcón. Observa cómo es arrastrado por la
lluvia hacia una alcantarilla. Guarda el pétalo en su diario. Tantos…se dice.
No sabe qué hacer. De pronto de su
diario se engendra algo. Algo que asciende hasta su techo. Es un rosal. Con
tantos pétalos se ha llenado el de ellos. Es hermoso. Un rosal blanco. Se queda
mirándolo, interrogándose. Se da cuenta de la vida que queda por venir. Afuera
continua lloviendo. Esta no cesa. Mientras ella con su diario abierto en blanco
y el rosal. Se siente dichosa, feliz. Es una señal.
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