Llegó a la cima más alta.
Nubarrones iban desfilando junto a un frío afilado. Estática elevo los brazos
hacia el camino que conducía al pueblo. No más que veían cruces y más cruces.
Cruces ardiendo ante cada ser ido. La muerte era presencia. Una lluvia fina
comenzó a caer pero ella seguía allí implorando no se a que Dios que parase. No
más gente bajo tierra. Una caravana paso junto a ella. Iban todos de negros,
con la cabeza gacha y su andar de frente cargando otro ataúd, un ataúd blanco,
pequeño. Ella los observaba. No más gritaba. Nadie miraba. Todos sumisos al
minúsculo cuerpo que iba dentro para ser comido por gusanos. La lluvia cesó.
Las nubes por un viento fugaz se esparcieron y en el cielo se podía ver algunas
estrellas. Ya era la noche. Otra hoguera. Otra cruz más cerca a ella. Se
estremeció. Decían las leyendas que ha medida una cruz se aproximaba a ti te
llegaría la hora. Como detenerlo. Seguía suplicando. Preguntando el por qué de
tanta muerte, tanta pena en su pueblo. No había respuestas. Ya quedaban pocos.
Austeros, desconfiados, ancianos se cerraban de puertas adentro y no olían la
atmósfera hasta otra desgracia. La luna nos lo visitaba ¿ Por qué motivo? Huir
o no huir, pensaba. Perderse de esa aldea donde el llanto y el dolor es memoria
incesante. Se cansó de lamentar, de
suplicar…Se cobijo en una gruta no muy lejos del pueblo, no quería
regresar. Allí descubrió que sus paredes
manaban un color rojizo. Perpleja se dio cuenta que era la sangre de los
fallecidos. La tierra estaba succionando la vida a los de allí. Salió corriendo
y los pocos que quedaban a sus gritos en la noche escucharon. Fueron con ella
hasta esa gruta e hicieron el descubrimiento. Enseguida comenzaron a derrumbarla.
Cada pedazo que caía de ella sonaba a huesos rotos y la luna…Oh la luna, fue
naciendo de nuevo….
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