Es temprano, sí ya lo sé. Aun esa gran bola de amarillos y
naranjas no se distingue en el cielo solo las últimas estrellas de la
madrugada. Me apetecía madrugar. Contemplar ese firmamento oscuro con sus
colgantes brillantes y saborear del fresquillo que entra por la ventana. Anda,
anda no me digas que duerma. No quiero. Deseo ser estática sombra que se mece
con las hogueras de la noche. Tan silenciosas. Tan quietas. Tú sigue ahí. Envuelto
en esos sueños que te harán germinar la fortaleza para la jornada que viene. Me
gusta verte así. Dormido, gravitando en la quietud de la madrugada. Yo me voy a
tomar un café ¿Te apetece? Ya sé que no. Que ahí envuelto en tu edredón corres
por un sueño bello. Qué bien sabe un café a estas horas. Todo oscuro aún.
Meditando que será de mí mañana. Sueño despierta. Elaboro un recital de alas de
mariposas que vienen y que van a mi memoria. Ser positivo es lo mejor. Sentir
esa energía que te hace crecer hasta las vertientes del nuevo día. El sigue en
la cama. Mejor. Me gusta este aislamiento que me da estas horas donde la luna
ya no está, donde el sol todavía falta por venir. Ahora que es invierno más.
Abrigarme de las sacudidas metálicas del frío. Una melodía suena en la radio.
Suave, tierna. Me siento a gusto. Y este sentir se expande por las llanuras que
llaman al verdor de sus cuerpos. Después, lo cotidiano. Me ata. Me hace
estremecer en este mundo bestial. Prisas, prisas. Yo pausada. Si al final vamos
a acabar en mismo lugar. Un lugar donde
las raíces de cipreses tocan nuestras manos, nuestros pies para regar de
conciencia esta orbe. Pues no. No tengo
prisa. Así en la calma de la madrugada con algún que otro pajarillo dando la
tonada me quedo.
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