Llamas y llamas. Sí, las del olvido. La de la memoria que
queda en un rincón sobrevolando el ahora, el hoy. Apilamos suspiros y el jadear
de una yegua que avanza bajo la niebla. Todo es turbio, rostros que no se ven
pero se presiente el alzar de su vuelo sobre la densidad de esta. Seguimos
caminando al encuentro de un alma paralela que nos muestro su beso Oh, su beso…Tan
distante que los faros de los naufragios corretean por nuestras venas. Llamas y
llamas. Sí, las que nutrimos con nuestro aliento calmo. Inspirar, espirar.
Espirar, inspirar. Y otra vez
retrocedemos donde hemos dejados nuestras huellas. Invisibles con un
aroma a vivencias nos envuelve en una pequeña sonrisa. Campanadas redoblan a
ascenso de esta sutil alegría. Y nos contentamos por unos instantes. Nos abrazamos
al árbol más anciano acariciándolo como si de ella se tratase. Venga la danza alrededor de su cuerpo
estático, de su cuerpo que ánima con el ronroneo de sus ramas a seguir, a
continuar escalando por torres donde las luciérnagas dan lumbre a nuestra
mirada. Llamas y llamas. Las hogueras del bien entonan el ritmo de las aves
migratorias que vienen, que van como los corazones perdidos en la amplitud de
un magma que tibia nuestras manos.
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