Puede ser que mis propias huellas me visiten tras dejarlas atrás
agotadas. Vienen a mí rastreando que es de mi vida, que es de mí. Las miro, las
observo y absorbo aquellas que dan la buenaventura en mi ascenso al mañana.
Ellas me interrogan una y otra vez. Y yo respondo aquí me veis más de lo mismo.
Somos ecos que en silencio tejen esas
grutas de los sueños que quedan por fabricar. Ellas no se contentan. Se enojan.
Siempre lo mismo. Sueños y más sueños.
De repente quedan borradas todas ellas. Sola, si sola me quedo con mis
sueños e incesantemente vago en ellos. Una puerta se cierra y tras ella el
viento parece introducirse en mi cuarto. Una habitación pintada con el humo de
la despedida.
Viento:
Que haces mujer. Han venido a por ti. Una visita que tal vez
deberías recibir mejor. No eclipsarte en tu reconditez de acero que sobrevuela donde las campanas se
retuercen de llanto.
Ella:
Huellas y más huellas. Para que. El ayer quedo estancado en
foso profundo y oscuro. Miro y observo y no veo más que una bruma que asciende
hasta mis ojos como velo. No, no recuerdo nada del ayer. Sea una sonrisa, sea
una pena. Ahora soy hoy. Ahora soy mañana. Enciendo las velas del destino y a
cada paso voy marcando escalar otro escalón más. El ayer no existe. Solo ha
servido para edificar mi rutina, no más.
Viento:
Mira. Mira atrás. Hay algo que te has dejado escapar. Algún corazón rajada por la impertinencia
voraz de seguir corriendo, corriendo hacia al mañana.
Ella:
No. No me importa. Ahora como hija del océano, de la tierra
me erecto sobre plataformas inmóviles y avanzo, avanzo.
La puerta se abre.
El viento se va. La deja en su desierto de espejos donde la imagen de ella se
desdobla. Sus yos gravitan bajo esferas
de otros mundos, de otros seres que le tienden la mano. Ya es la noche.
Una noche sin luna. Donde los brillantes del universo la invitan a sentarse en
su sillón y desde su ventana contemplarlos. Pide algún deseo. Lanza un beso. Y
duerme, duerme apaciblemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario