El descenso de la tarde cuando el invierno se precipita bajo
el insomne silencio de los ojos.
Visitamos acantilados donde acecha una caída del sol en su perpetua
unión con la luna. Avistamos el vuelo del cernícalo que desde su guarida nos
avisa del tiempo frío. Nos entregamos al vacío con esos puentes tangibles a
nuestros pasos y volamos y volamos. Nos dirigimos a un universo como si fuera
padre o madre nuestros. Engendramos cierta melancolía que seduce la mirada
ausente de una sonrisa. Repartimos besos
alados que van más allá del Monteverde , de las piedras que perfilan este
lugar.
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