Un horizonte sombreado de
naranjas, rojizos, malvas nubes que dicen de la lluvia venidera. Un horizonte
donde el océano en su plano infinito disemina esperanzas a los que respiran de
él. Un horizonte embarcado a la deriva de nuestros sentidos cuando en calma
esbozamos nuestra primera mirada a la jornada. Un horizonte de ecos fecundos
transmitiendo el erguir de nuestras energías al son de su quieto paso. Tú aquí,
ronroneando alguna balada que te viene a
la memoria después de muchos años. Canturreas algún himno echo tuyo alimentando
tus pasos a través de los pasillos de tu casa. Abres, cierras ventanas en busca
de esos filigranas broncíneos que te más aliento para continuar. No quieres
despertar a nadie. Descalza y con ese murmullo de una tonada avanzas en tu
quehacer. Sales, te vas al patio, un gran patio donde el aroma de la mañana
después de la lluvia te llena. Eriges cierto monólogo. Sí, ahora que nadie te
escucha. “ Aquí estoy sumisa entre la
realidad y el sueño. Estos años atrás han sido duros, muy duros. La siembra de
mis manos cansada no ha dado su fruto. Todo perdido. Todo devastado por el
tifón de la calma. Todo igual. Me elevo como si fuera un albatros al encuentro
de algún desierto que me alimente. Sed, mucha sed que me va consumiendo, dejándome
en un estado de aislamiento. Ellos duermen y no lo captan. Mi silencio. Mi
soledad. Mis lágrimas intangibles al aleteo de sus huellas sobre mí. No sé lo
que me espera el mañana. Desorientada y orbitando en nebulosas que se pierden
con la claridad me emancipo de todos. No, no habéis comprendido. Nauseas vienen
a mí y me siento caer. Si caer en una playa donde la mar de fondo me llama.
Nadar y nadar, sentirte la ahogada, la que se estremece contra las rocas. Pero
la serenidad me hace eternamente salir, respirar y de nuevo en la orilla
desnuda con el frío otoñal. Regreso bajo mi techo. He rejuvenecido con este
baño. Escribo algo en mi diario. La experiencia de hacerme la ahogada y otra
vez aquí, en este patio. Todos duermen, no quiero despertarlos. “
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