El firmamento anunciaba un manto de constelaciones
intocables al adiós. Habías llamado. Sí, llamar y llamar con la sonoridad de un
gemido vertido en cien vasos de alcohol. Tu aliento apresaba la duda, la
negativa de ser atendido. Te dejabas llevar por cierta melancolía que revelaba
cada paso que dabas, cada bar que ibas por un vaso más. Te fuiste haciéndote él solo, digo. No
querías compartir esos momentos de desgarra que sufrimos durante la existencia.
Así te ibas. No, no te contesté. No estabas en ese estado que diríamos sobrio.
No eran coherentes tus palabras por aquel entonces. Una distorsión te iba
consumiendo poco a poco y no te dabas cuenta.
A las horas me enteré que habías desaparecido. Que te habías ido lejos,
muy lejos. Sobre aquellos mundos azules que imaginabas. Tal vez tu mundo
paralelo. Que allí eras feliz. Sí, feliz. La pena me embargó. Sabía que no te
vería más. Sabía que mi teléfono dejaría de sonar. Sabía que no te había socorrido en el amplio
panorama de posibilidades. Me arrepiento. Me castigo. Y me siento caer bajo las
inclemencias que muerden mi conciencia. Muchas veces te dije por qué no lo
dejas. Tú ni caso. Vivías en esa atmosfera de tristezas con las que bailabas,
danzabas, hablabas. Fue en el lago donde te vieron por última vez. Sí, ese lago
que en barca solías salir. Hoy he ido allí. He navegado bajo el imperio de los
astros con ayuda del haz de la luna. No te he visto. No te he sentido. Por un
rato he echado el ancla en una zona donde el temblor comenzaba a inundar mis
sienes, mis piernas. Nada. He escuchado las voces de los desaparecidos. Unas voces que anunciaban descanso y paz. Tal
vez, digo, tú te encuentres con ellos. Después de esos instantes levante el
ancla. No pude. Algo me lo impedía. Un terror me cegaba. Pasar la noche con las
navajas del frío y la humedad. Quizás, fueras tú. Sí, respondí a tu llamada. Te
hable y hable y así durante horas. Almas
decaídas comenzaron a erupcionar del lago. Te buscaba. No te vi. Me rodearon y
sentí como si tú fueras. De repente el
cielo se hizo rojizo, malva, había amanecido. Me hallaba en la orilla. Adiós,
te dije.
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