Vienes. Sí
vienes. Yo aquí sentada en un banco de algún parque. La lluvia que cae con
reminiscencias de un largo pasillo que nos lleva a la dejadez. Estoy mojada.
Pero sin embargo no tengo ganas de moverme. Quedarme aquí. Y tú vienes. Te
sientas a mi lado. Tu alma azul, gris, blanca. Ya perdida en el infinito de los
astros. Dejas caer tu mano invisible, tu energía sobre mi mano. Presiento como
el temblor se alberga. No te veo. Solo un halo que deja en compañía tuya. Hace
tanto tiempo que te has ido…Que no sé. No sé por qué tu espíritu regresa en
estos momentos cuando una masa de agua cae sobre mi cuerpo. No dices nada. Solo
me miras. Lo siento. Te pregunto pero tu luz es lejanía. Solo vienes aquí, a
estar sentada conmigo en este parque deshabitado, con el frío trepando por las
piernas, por mi vientre hasta llegar mis ojos que miran tus ojos. Tus ojos
vacíos. La lluvia cede el paso a un luminoso sol. Todo se vuelve verde, frescor
con un aroma a hierba. Inspiro y espiro. Lentamente. Muy lentamente. Y en mi
memoria vienen esos recuerdos cuando tú eres ser de este mundo, con tus raíces
apegadas bajo tierra y el imparable movimiento de tu persona. Ahora mira, aquí
a mi lado. Muerta. Mis ojos miran tus ojos y la nada es la respuesta. Una
lágrima emerge de mí. Cae sobre mi mano y tu mano. Desapareces. No dejas
rastros. Solo fue un instante, un sueño. Un mal o buen sueño, según como se
mire de que todavía estás aquí.
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