Te acercas. Yo
de mi rendija veo cierta claridad de la jornada aunque este perturbada por una
fuerte lluvia y viento. Te paras en ellas pero no te das cuenta que estoy ahí
debajo. Tu ropa mojada y tú haciendo contra el viento. Abre los brazos. Recoges
todo lo que la naturaleza te puede dar aunque esta vez sea violenta. Yo aquí
debajo, encerrada entre cuatro paredes donde voy marcando los días que pasan.
Hace tiempo que no pruebo bocado y el olor de mis heces y orín hacen de las
ratas un lugar apacible. Pero tu ahí con el viento y la lluvia. Les hablas.
Dices “venid, venid hacía mi”. Ya me gustaría estar a tu lado, grito. Pero no
me oyes. Yo en este pozo de mierda, de tinieblas estoy condenada. De repente
todo cesa. Todo. Y miras por la rendija. Me vez en un rincón acostada. Te
extrañas de ese mundo tan y tan oscuro, tan y tan grotesco. Te preguntas por
qué. Yo te digo por qué lo he decidido
así. No, no puede ser, dices y me tiendes las manos. Abres las rendijas. Y mi
mano débil toca la tuya. Siento el vibrar de la vida, del optimismo existente
en ti y me contagias. Por qué estaré mendigando, haciéndome la pobre,
haciéndome la muerta, me digo. Sí, me digo si tú estás ahí. Ahí, empapada,
tiritando de frío pero con una energía edificante, hechizante. Me animo a
salir. Hace tiempo que no veía la luz. Mis ojos se cierran. Grito para saber
dónde estás. Pero no me oyes. No…No me oyes. Sola a través del sueño. De un mal
sueño del que no logro despertar. Otra vez vuelve a llover. Otra vez el viento
sopla bestial. Y dejo que me arrastre con su sabiduría brutal. Aquí estoy,
arriba de mi agujero. Presiento que
regresas. Abro los ojos y estás ahí. Me das la mano y corriendo nos guarecemos
bajo techo. Me miras. Yo demacrada. Tu vital. Nos abrazamos y esta unión se
unifica. Ahora somos una tú y yo, yo y tú.
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